Érase una vez un feliz payasito que vivía en el barrio de Huelin. Con sus cuatro globos de colores se elevaba hasta el cielo azulado, y desde las alturas saludaba y regalaba caramelos a los más pequeños que iban con sus padres al colegio. El paraguas le servía para planear por la calle Ayala, divisando al fondo el mar azul, el mercado o la iglesia de San Patricio.
Nicolás era feliz y siempre vivía en compañía de los animalitos del bosque, como el osito, el pajarito y el ratón, que anidaban entre sus viejas y grandes botas o en las alas de su sombrero.
Pero claro, llegó la prima de riesgo, la explosión de la burbuja, los bonos basura, y el gasto desmesurado, y el pobre Don Nicol tuvo que vender o alquilar su pequeño circo, y un prosaico cartel le tapó para siempre la sonrisa, en un gesto de desesperación pero sobre todo de mal gusto, y de la más mínima sensibilidad artística por parte de la persona que lo pegó a su piel de coloridos y brillantes de azulejos. Y anda que no le puso fixo, como para dejarse las uñas si se intentaba arrancar por parte de algún competidor alquila-locales.
Y mira que está mala la cosa, que pasan y pasan los meses y el cartel sigue adosado a Don Nicol, que ya no puede ver pasar a los niños camino del colegio. Y el tiempo sigue y sigue y el cartel se cae de viejo y se pone uno nuevo con más información y mayor reclamo de la Inmobiliaria Península. Pero nada, la burbuja de los locales comerciales es así y parece que la historia no tiene fin, y si cambiamos la ínsula por una a, la penísula se convierte en la pena de Don Nicol, que llora tras el folio impreso con chorro de láser como Charlie Rivel con aquellos aullidos que partían el corazón.
Me parece que el local de Don Nicol está gafado, y eso que enfrente hay una administración de lotería que suele repartir premios, y desde aquí le sugiero al dueño o responsable (si es que por pura casualidad lee esta fábula payasística) que cambie de lugar el anuncios de alquiler, que me da la impresión que ha embrujado el negocio, ya que el alma de Don Nicol se ha rebelado contra tamaño despropósito artístico que lo dejó ciego para siempre.
Por cierto, que la obra en técnica de cuerda seca, puede ser una de las mejores en su especie de la ciudad de Málaga, tanto por su composición, colorido, sencillez, como cercanía. Tiene mucho aire al trabajo del taller de Alicia Guerrero. A ver si nos confirmas, amiga ceramista, que ha salido de tus hornos de calle Zamarrilla. Esperemos que si alguien alquila o compra el local no asesine a Don Nicol con la piqueta y que tenga la sensibilidad de intentar la mudanza de Don Nicol o dejarlo donde está que es donde nació para ver pasar a los niños camino del Colegio de San Patricio.
Viva Don Nicol, el vecino cerámico del barrio de Huelin, que no todo van a ser santos o vírgenes, jejejeje.
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