Aunque a varios meses vista, es prácticamente imposible saber cómo se presentará el 2022 para los cultos externos, siempre acosados por la incertidumbre del exceso de noticias de pandemia, pero con las esperanzas depositadas en la universalización de las vacunas. Analizar cifras y datos es sencillamente mareante.
Los festejos de todo tipo van anulándose de manera progresiva y van cayendo como las fichas del dominó por segundo año consecutivo. Dos años sin Fallas, sin Sanfermines, sin romerías, y así sucesivamente, aunque la luz se vislumbra muy próxima al final del túnel (y no me refiero a su precio).
Este verano hemos empezado a ver fútbol, toros o conciertos con parte del público habitual, pero en el caso de las procesiones estamos ante eventos excepcionales ya que se celebran en plena vía pública, en zonas en parte acotadas y en parte libres a las que se acercan centenares de miles de personas, público directo o indirecto, lo que se une con el propio latir de las ciudades, sus comercios, sus residentes, el turismo, etc. Como siempre he dicho, estamos ante el "espectáculo total" en el que todos participan de una manera u otra.
Habrá que ponerle el cascabel al gato, y tomar una decisión como muy tarde a primeros de año. No se pueden improvisar a última hora encargos, contratos, preparativos, presupuestos o convocatorias de los participantes en una procesión. Habrá dos hitos previos como serán las luces de Navidad y el Carnaval. Como caigan estos dos eventos, el tercero, la Semana Santa, será irremediablemente suspendida por tercera vez.
Se ha hablado por activa y por pasiva de un formato distinto de las procesiones ante tal excepcionalidad. Para entendernos unos cortejos "descafeinados" con pocos participantes y con las imágenes portadas en sencillas andas que permitan la distancia de seguridad entre los portadores. Sin duda es una de las opciones a barajar. Pensemos por un momento qué podría ocurrir.
2022 en una cofradía agrupada de tamaño medio 1000 hermanos con 200 nazarenos y 300 hombres de trono. Dejando aparte estrenos, que seguramente habrá tras 2 años sin salir a la calle, el gasto dependería fundamentalmente de la factura musical y también podría reducirse en flores o cera, pero los ingresos se supone que también se reducirían de manera considerable ya que en Málaga la gran incógnita sería pensar cómo reaccionarían los aproximadamente 8-10 mil hombres y mujeres de trono si no tuvieran opción de ir bajo los varales y a lo sumo sólo la opción de portar las andas un tiempo reducido en el caso de que hubiese relevos (que también tendría sus matices sanitarios).
¿En que porcentaje se reduciría el pago de cuotas y el donativo de salida los hermanos? Además, hay una generación entre 50 y 60 años (en la que me incluyo) ya cercana a la edad de jubilación en los varales que corremos el riesgo de que se desentienda de manera definitiva de participar en las procesiones. Además, hay otra generación joven de entre 15 a 18 años que todavía no se ha enganchado a los tronos, y este compromiso es fundamental para el relevo futuro.
En fin, un cúmulo de incertidumbres que afectaría más a las hermandades menos "potentes" que no significa "con mayor número de hermanos", ya que esta pesadilla es y será un termómetro muy eficaz para medir el nivel de vinculación de los hermanos con sus respectivos corporaciones. Este nivel de compromiso es fácil de analizar en el día a día de hermandades, en sus rosarios o viacrucis públicos, y creo que podríamos llevarnos muchas sorpresas de cómo una corporación con menos de medio siglo de historia puede estar más viva que otra de rancio abolengo y con espectaculares puestas en escena los días santos.
Otra cuestión a analizar sería la reacción del público y sabemos que en este concepto englobamos un sinfín de variantes desde el abonado de silla de toda la vida, al cofrade de a pie de los que nos hacemos 100 km en Semana Santa, a las personas "normales" que bajan un par de días a ver el ambiente, al recién aterrizado de un vuelo desde Copenhage, y así sucesivamente hasta el público televisivo.
La Agrupación se nutre del ingreso por sillas, una cuestión sumamente frágil y a los cambios de 2019 me remito. Habrá que pensar si una Semana Santa sin tronos, sin grupos escultóricos, sin grandes tronos de Virgen bajo palio, sin militares desfilando, quizá sin bandas de música, sería lo suficientemente atrayente para que el público reservara el abono. El sentido catequético puede que sea mayor pero el espectáculo, bien entendido, no lo sería tanto.
Por otro lado está la gran masa, los centenares de miles que bajamos al centro de Domingo a Domingo (y en vísperas) que dentro de la diversidad quizá muchos decidieran no meterse en posibles bullas ante la psicosis del virus. Recordemos, por ejemplo, que algo parecido es lo que se vive el Domingo de los Traslados. Varios cortejos con tronos pequeños o andas que congregan en la calle decenas de miles de personas que lógicamente no guardamos la más mínima distancia de seguridad en las zonas no acotadas. La bulla es parte de la esencia de las procesiones.
Por tanto, un cúmulo de incertidumbres ante las que hay que estar preparados, supongo con una decisión conjunta de toda Andalucía, con la doble autorización civil y religiosa, pero siempre con las previas de las vísperas que también se juegan parte de sus existir tras 2 años sin apenas ingresos de ningún tipo.
Eso sí, de toda esta pesadilla saldremos fortalecidos en nuestros valores cristianos. El espectáculo podrá esperar algún año más, porque siempre hay luz al final del túnel el Domingo de Resurrección.
Yo en 2021 viví la Semana Santa más intensa de mi vida. Si hace una década hubiera renunciado a un viaje regalado, por ejemplo, a Nueva York en Semana Santa, hoy por lo menos me lo pensaría, y es algo que me preocupa. Obviamente hay cierto desapego, más aún en la era tecnológica donde se puede vivir una procesión de manera virtual o verla en tv casi mejor que en directo, pues pensemos en la gran masa que baja a "darse una vuelta". En ese grupo puede haber muchísimas bajas, incluidos los niños pequeños que son el futuro que se fragua en palpar las procesiones desde el bordillo de la acera. Es una realidad que las procesiones malagueñas se desarrollan casi en exclusiva por un entorno ajeno a la mayoría de los autóctonos, un centro donde no viven ciudadanos y que está destinado a AT y a bares y locales.
Además, esta progresiva vuelta a la "normalidad de 2019" tendrá distintas velocidades según el tamaño de la localidad donde se celebre un culto externo. En un pueblo de 300 habitantes será mucho más fácil improvisar que una gran capital. Por tanto la decisiones que se tomen si se hacen de manera genérica pueden ser desproporcionadas según los casos.
Seamos optimistas pero realistas y esos cuerpos rectos.
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